Un viaje a Short Creek, la ciudad sin ley norteamericana que vive bajo la tiranía del fundamentalismo mormón. Una inmersión en Nauru, la isla del Pacífico que se está destruyendo a sí misma como ocurrió con la isla de Pascua. La guerra de los 24.000 días entre israelíes y palestinos, visualizada como nunca antes. Y el advenimiento del robot journalism... Se trata de historias contadas con tranquilidad.
La revista Delayed Gratification presume de ser "la última en dar las noticias". Con un retraso de tres meses, para ser exactos. Eso sí, con una perspectiva, en un contexto y con una profundidad que ya no se estilan.
Cuenta el diario El Mundo que esta revista, creada por Rob Orchard y Marcus Webb, se ha convertido en cuatro años en el adalid mundial de periodismo slow, como reacción al atracón de fast news que está fagocitando la industria desde dentro.
"Pretendemos ser la respuesta en periodismo a lo que Slow Food ha sido con la comida", asegura Orchard, 34 años y "demasiado viejo para entender la dinámica de las redes sociales". "En el fondo no hemos inventado nada nuevo. Al fin y al cabo reivindicamos el buen periodismo de toda la vida, con tiempo para investigar, contrastar datos, hablar con los protagonistas y recuperar el rigor y la imparcialidad".
Orchard se remonta al New Yorker como modelo, aunque puesto al día con gran despliegue visual y una veneración especial por la infografía. Monocle en Gran Bretaña, XXI en Francia o Yorokobu en España son algunos de los parientes cercanos de Delayed Gratification en este universo paralelo del periodismo slow que está tomando cuerpo en papel, aunque sin perder de vista el planeta digital.
"Nuestra apuesta no es excluyente, sino complementaria", ha asegurado Orchard. "Y aunque hasta la fecha nos hemos centrado en el papel (75.000 ejemplares y subiendo), usamos la web como quiosco y estamos dando vueltas a la posibilidad de documentales y podcasts".
"La mayoría de la gente se nutrirá a partir de ese momento de la dieta de fast food en la red", asegura Orchard. "Las noticias nos llegarán customizadas, principalmente a través de las redes sociales y muchos no se darán cuenta de todo lo que hemos perdido, inmersos en esa necesidad apremiante de chequear minuto a minuto el smartphone". "Pero una minoría buscará otra cosa, y es ahí donde creo que tienen futuro revistas como la nuestra", advierte el cofundador de Delayed Gratification.
"Lo que proponemos a nuestros lectores es básicamente un screen break, una pausa de pantalla. Nosotros nos tomamos nuestro tiempo para escribir las historias, con tres meses de perspectiva y gracias a un buen número de free lancers en gran parte del mundo. Y esperamos que la gente aprecie ese trabajo, que le dedique tiempo a la lectura y a la comprensión, con un taza de té o un vaso de whisky a mano, sin urgencia para pasar de página".
Calidad, inteligencia e inspiración. Esa es la trilogía que mueve al fin y al cabo a los creadores de Delayed Gratification, que han decidido ser fieles al espíritu fundacional (ni una sola página de publicidad) y mantener el proyecto deliberadamente pequeño. El precio venta es el equivalente a 12 euros, con notables descuentos a los subscriptores.
La redacción está en un espacio de coworking en la Somerset House de Londres, desde donde se pasa revista meticulosa y retrospectiva a lo ocurrido en los últimos noventa días. El calendario suplanta a la paginación e imprime un ritmo especial a la revista, donde el índice deja paso a una visualización previa de los reportajes: del más serio al más frívolo, del más breve al más corto.
Las portadas está siempre reservadas para un artista: Shepard Fairey, el creador del poster Hope de Obama, firmó la primera, y el irlandés Michael Craig-Martin rubrica la última, con un metrónomo marcando el compás del periodismo slow.